sábado, 30 de abril de 2011

Esnalando, empozando...

La raitanina tenía que empezar a volar, luchando contra la esperanza y contra el miedo, desde la punta de una rama rota por el vendaval. El cielo era atractivo, liberador; pero el nido tiraba del corazón.


La primavera traía algarazos de copos de flor de manzano.



Pero llegó una nevada tardía. El campo se cubrió de pétalos de nieve.


La raitanina ya no volaba, posó en tierra, empozaba: desubicación, inseguridad, luego terror, agresividad, agotadora irritación, luego la paciencia de los moribundos. La raitanina boqueba como cría que necesita volver al calor del nido. Olvidó lugares, seres queridos y palabras. Su pensamiento descansaba mientras el cuerpo esperaba el momento de poder descansar para siempre.


Sufriendo todavía la vida, añoraba, sin saberlo, la plenitud de la muerte.










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