viernes, 10 de junio de 2011

SON DOCE AÑOS

Hola mamina:
Hoy escribo un poco desanimada, no es que otros días esté como unas pascuas, cada vez es mayor esta amargura o cansancio de vivir que se me viene encima en cuanto estoy cansada física o mentalmente. Estos críos de ESO me parecen divertidísimos, son muy ricos, se les quiere como seguramente se debe querer a los nietos, con una sonrisa interior (cualquiera les ríe las picias) y mucha paciencia; pero cuando muestran su talante más inquieto, acaban dejándome agotada. Me hacen sentirme muy mayor, muy debilitada.
La clase fue bien, algo van adelantando, pero en un segundo, no sé de donde salieron, en cuanto sonó el timbre una batalla de bolas de papel estalló desde todos los pupitres. Son demasiado rápidos para mis lentos reflejos. Cuando traté de que limpiaran el suelo, ya había dos peleándose en el suelo junto a la puerta. Ya no era mi hora, pero cómo los dejas así, en medio de aquel caos. Cuando pienso en ellos me acuerdo de una historieta que había en los tebeos que leía de pequeña: “La clase de la señorita Ana”. Son iguales.
Los animo a que se preparen bien, que el próximo curso se va Antonio y viene un profesor nuevo. ¿Y quién va a jugar con nosotros al ajedrez en el recreo? ¿Es joven? ¿Es guapo? No sé, solo leí su nombre en el concurso de traslados, se llama Manuel. No sé más que eso. Ay, maestra, danos clase tú en tercero. Desde la primera evaluación, aunque solo aprobaron seis de doce, mi asignatura es la favorita. No sé por dónde la miran. Estoy todo el día a voces manteniendo un orden imposible y no les gusta ningún libro cuya lectura compartimos. Más bien yo leo y ellos escuchan. Qué poco les gusta leer, pero a ratos es emocionante verlos metidos en la historia, viviendo las aventuras. Eso sí, cada vez que acabamos una lectura, dicen que qué fea, que les gustaba más la anterior. Las que les gustaban de verdad eran las leyendas y fabulaciones mitológicas de la primera parte del curso.
Bueno, son doce años.
¿Te acuerdas cuando con doce años se me metió en la cabeza comprar unos zapatos de invierno en Eduardo Marina, marrones, de atar, con cordones, recuerdo la piel con relieve, cuadrados en la puntera como se llevaban entonces y con tacón alto y ancho? Me dejaste hacer y acabaron siendo los zapatos de ir a misa los domingos, porque quién bajaba cada mañana al instituto casi cuatro kilómetros andando y con aquellos tacones (algunos días buenos, pero también muchos días de lluvia, de hielo, recuerdo alguna vez que llevaba la cabeza cubierta y se me congelaban los rizos de la raiz del pelo que quedaban fuera del abrigo de la bufanda); y por la tarde otros tantos kilómetros desde el instituto hasta casa donde nos esperaba leche caliente con azúcar y manzanas templadinas cerca de la chapa de la cocina de leña.
Besos y flores


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