domingo, 22 de mayo de 2011

PATRICIO ADÚRIZ, POETA

LOS VERSOS DEL CRONISTA PATRICIO ADÚRIZ
REAL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
La poesía surgió en Patricio Adúriz antes que su prosa, y si escribió ésta con propiedad, corrección y soltura, hay que atribuírselo a su formación inicial como cultivador del verso. Por los textos a los que hemos tenido acceso, y exceptuando las letras que compuso para canciones y villancicos, cabe destacar dos etapas en su labor lírica, siempre sujeta a las exigencias de la rima: una primera juvenil, en la que explaya sus anhelos amorosos y da contorno a su vena creyente en cánticos religiosos a las figuras de la pasión cristiana, y una segunda, perteneciente a la edad adulta y en la que su decir ya ha madurado, integrada básicamente por sonetos autobiográficos, donde son notas comunes el desánimo y la hondura con que se evidencia su desvalimiento como hombre ante los embates y contratiempos de la vida. A pesar de una escritura continuada a lo largo de los años, Patricio Adúriz nunca publicó un solo libro de versos, lo que quizá hizo mella en su fuero interno, pues, a pesar de que algunos poemas han acusado el paso del tiempo, la serie de sonetos que redactó en los años 80 conformarían hoy un elocuente y dignísimo poemario si se imprimiera. A la vista de los papeles que dejó y que se conservan en el Muséu del Pueblu d'Asturies de Gijón, quien lo adquirió a los familiares del autor tras su fallecimiento, Adúriz debió de barajar la posibilidad de editar alguno, ya que dejó mecanografiada, y poco menos que lista para entrar en la imprenta, una reunión de sus composiciones de juventud bajo el rótulo de 'Abecedario de las paradojas'. Igualmente, se conserva otra colección de poesías, menos compactas, piezas autógrafas datadas en Gijón entre agosto de 1945 y mayo de 1946 a las que puso por título 'Sonatinas' y por subtítulo 'Versos del amor ingenuo'.
Sus composiciones religiosas tienen un armazón demasiado hierático y responden mayoritariamente a una temática mariana y cristológica; por tal razón, hallaron generoso hueco en las páginas de la prensa del Movimiento, que daba amplia cobertura a los asuntos católicos. En ellas aborda aspectos relativos a la Natividad o a la Semana Santa. En 'Cabalgata regia' recrea el motivo de la adoración de los Reyes Magos: «Ya el oro le brindan aquellos tres magos / que portan de Persia presentes y halagos / sobre sus camellos de extraño perfil; / y al Dios oblacionan con místico incienso / que en lentas espiras de aromas intensos / le tejen corona sedosa y sutil.»
Acerca de la pasión de Cristo nos topamos a éste en 'Letanía' tratado como un ser doliente víctima del más común de los pecados humanos, la envidia: «El Maestro fue un lirio robado al alto cielo. / Su postrimer sonrisa fue de fraterno amparo, / que no en balde la envidia, sobre un leño sangriento, / le desgarró las carnes abriéndole los brazos». En otro texto ('Estampa evangélica') se dirige al personaje bíblico de tú a tú y subraya la resignación del Nazareno en el Vía Crucis: «Hay lágrimas en tus ojos / de congoja y agonía; / toda cubierta de abrojos / se encuentra la horrible vía / por la que vas desflorando / tu tibia sangre bermeja, / y sufres mucho, callando, / sin proferir una queja...».
El segundo polo de atracción en los poemas juveniles de Adúriz se refiere a la belleza femenina, que ensalza en imágenes de inspiración modernista donde los sustantivos llevan siempre un refuerzo adjetivador. Observémoslo, si no, en los tercetos finales de 'Escultural': «Capullo primoroso y vacilante / al soplo de la brisa sonorosa / que a su paso te besa vergonzante. // Palabra comedida, candorosa, / que encierra la delicia apasionante / de un sí florido en labios color rosa».
Con el transcurrir de los años y al aminorarse la fogosidad biológica, los textos del poeta maceran mejor y ganan en calidad. En numerosos sonetos deja escapar una amarga desazón vital, causada por el desagradecimiento y la indiferencia. Como escribió José Manuel Gutiérrez, sucesor suyo al frente de la Hemeroteca de la Cámara de Comercio, el cronista «sintió como pocos el íntimo dolor de ver vacía en muchas ocasiones la palma extendida de su alma, aquella que reclama para el servicio prestado 'una limosna de alegría espiritual', una palabra, una sonrisa de comprensión, un gesto, una mirada, apenas nada». En el refugio poético que tantas veces les sirve de terapia a los creadores, Adúriz se reconoce como un ser íntimamente frustrado, tal vez al no haber visto cumplidas sus aspiraciones como poeta público, de forma que en 1984 escribirá: «Cansado de luchar sin esperanza / trillo la mies madura del fracaso».
Sin embargo, este decaimiento anímico no se impone sólo en Adúriz al examinar éste el camino recorrido en la recta final de su existencia, ya que parecidas notas desgarradas las hallamos en el soneto que se compuso el día de su cuadragésimo cuarto cumpleaños, y por tanto cuando le resta aún mucho por vivir. Arranca del modo siguiente: «Hoy he cumplido cuarenta y cuatro años. / Con más pena que gloria y, desde luego, / sabiendo que me agoto y que me entrego / sin saber para qué. Me son extraños // los días que he vivido. Desengaños / los tuve a todas horas. Y me ciego / porque siento temor y cierto apego / al otro yo que alienta en mis redaños». En esta época final la nota tierna sólo aflora cuando entra en escena la relación con su nieto Adrián, que aminoró su desencanto. Buen ejemplo de ello es la siguiente escena hogareña, de afable humanidad: «Que los dos nos vamos a la carrera / para así evitarnos la zapatilla. / Esa con que tu abuela nos mancilla / cuando nos la arroja contra la mollera».
El empleo del bable en sus composiciones lo redujo Adúriz a unas pocas muestras, concretamente a villancicos con los que felicitaba las Navidades a sus amigos y parientes. Su opinión de nuestra lengua vernácula era inmejorable, como expresó en castellano en la siguiente estrofa: «Es el bable feliz apoyatura / que trasiega al presente ecos de antaño / con murmurios de esquilas en rebaño / y decires de rústica textura». El soniquete donde se funde la sencillez popular con la elaborada factura literaria hace acto de presencia en el comienzo del siguiente villancico en dialecto asturiano: «Horrios. Tapinos, Pespuntes / del orbayu ena enramá. / El canxilón de la lluna / ta repletu de cuayá. // Cigoreyes y ñarbatos / van al debalu nel aire / que ye llenzu pal revuelu / del pincel de les sos ales.»
Adúriz aprovechó también el verso para hacer crónica de pintores y literatos. Se aplicó a ello desde la complicidad, expresando lo que su sensibilidad le dictaba y no sintiéndose atado a la gravedad del juicio académico. Si en sus artículos trató, pongo por caso, de pintores como Mariano Moré, Carolina del Castillo o Valle, y, entre los escritores, de Rosario de Acuña, Ataúlfo Friera, Clarín, Campoamor, Celso Amieva, Teodoro Cuesta, Palacio Valdés, Vital Aza, Adeflor o Pepín de Pría, entre muchísimas más personalidades del mundo cultural asturiano, no desatendió a algunas de ellas en sus composiciones poéticas. De Emilio Palacios, el dramaturgo de Linguateres, dijo en verso que «la espada de tu ingenio es de oro puro», y acerca de Jovellanos, que «fue suma de virtud y ciencia» y que «vivió con el alma ensimismada / en los problemas que su España encierra». Por lo que respecta a los pintores, así retrató al mierense Inocencio Urbina: «Eres raza. Te hiciste con sudores. / Tajo de tajos con el cielo abierto. / Desangrándote tú, tras el incierto / decir qué son motivos y colores». Así eran los versos del cronista oficial. (El comercio. Es 21.04.08 - JOSÉ LUIS CAMPAL FERNÁNDEZ)






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